POR
WILFRED TRUJILLO
Diputado Asamblea del Huila
A
veces la desconexión se siente en cosas pequeñas: una estudiante de una vereda
intenta enviar su tarea por WhatsApp y la señal se cae justo cuando va en 98%;
un campesino que quiere cotizar el precio del cacao no logra abrir la página
del comprador; una mamá espera una teleconsulta que nunca entra. No son
anécdotas aisladas. En 2023, el 70,5% de los hogares en cabeceras del país
tenía internet, pero en centros poblados y rural disperso la cifra apenas fue
del 41,4%. En el Huila avanzamos, sí: 67,7% de hogares con acceso. Eso también
significa que casi un tercio sigue por fuera. Y cuando uno está por fuera de la
red, está por fuera de muchas otras cosas: educación, empleo, salud, seguridad,
participación.
El
acceso a internet ya no es un lujo ni un capricho tecnológico; es
infraestructura básica, tanto como una vía o un acueducto. Donde hay
conectividad, los niños descargan contenidos, los maestros comparten guías, los
jóvenes se forman en cursos cortos y los emprendedores encuentran clientes.
Donde no la hay, la escuela compite en desventaja, el hospital no puede hacer
telemedicina, la alcaldía se queda corta con trámites en línea y la comunidad
no recibe a tiempo una alerta. En el Huila lo hemos visto una y otra vez, el
talento está, las ganas sobran, pero la “carretera invisible” aún no llega con
la misma fuerza a todos.
El
Ministerio de las TIC anunció recursos cercanos a $81.400 millones para el
departamento y la instalación de microcentros de inteligencia artificial en
Neiva y Pitalito; si los articulamos bien, no solo amplían cobertura, también
ayudan a formar habilidades digitales donde más se necesitan. El sector privado
ha movido la aguja: Movistar tendió 179 kilómetros de fibra para conectar 43
sedes educativas y beneficiar a 3.161 estudiantes rurales; Claro llevó 4G por
primera vez a 17 localidades rurales. Y desde la Gobernación se financiaron
conexiones para 249 sedes educativas en 28 municipios. Son pasos concretos que
demuestran que cuando el Estado, las empresas y las comunidades empujan en la misma
dirección, sí hay resultados.
Pero
falta. Falta porque nuestra geografía, que tanto orgullo nos da, encarece cada
metro de fibra y cada torre; porque la dispersión poblacional hace menos
“rentables” algunas zonas; porque hay barrios y veredas donde la energía es
inestable y la red cae; porque aún necesitamos más formación para que el
servicio no sea solo una señal encendida, sino una herramienta de cambio real.
Y falta, sobre todo, porque el desarrollo del Huila depende de que nuestros
sectores estratégicos se monten a la ola digital. El café de Pitalito compite
mejor con trazabilidad y comercio electrónico; el cacao del centro y sur del
departamento accede a mejores precios si se conecta con nichos especializados;
el arroz y la tilapia escalan productividad con datos, sensores y mercados en
línea. Sin internet, toda esa promesa se reduce.
Además, la conectividad es una aliada de nuestra identidad: preserva y difunde
la cultura al permitir que el turismo, la gastronomía, la música y las artes
encuentren vitrina y público sin fronteras; hace posible que nuestros relatos,
festivales y oficios se documenten, se promuevan con mapas, reseñas y reservas
en línea, y lleguen a más visitantes y compradores; acerca a cocineras
tradicionales, músicos y artesanos a mercados digitales y procesos formativos,
y ayuda a que escuelas, casas de cultura y bibliotecas creen y custodien
archivos de memoria. Al mismo tiempo, es una herramienta de prevención en
seguridad: fortalece los canales de comunicación entre ciudadanía y
autoridades, facilita la denuncia oportuna, la emisión de alertas y
recomendaciones de cuidado, la coordinación comunitaria y la activación de
rutas seguras en situaciones de riesgo. Más y mejor conexión significa más
capacidad colectiva para proteger la vida y, a la vez, para cuidar y proyectar
lo que somos.
Por
eso es indispensable trazar una estrategia clara, con metas verificables por
municipio: primero, definir cuántos hogares e instituciones se conectarán, con
qué velocidades y niveles de estabilidad y en qué plazos; segundo, habilitar un
tablero público y sencillo donde cualquier ciudadano pueda ver avances, rezagos
y responsables; tercero, aplicar soluciones a la medida del territorio; fibra
donde sea viable, 4G/5G o radioenlaces donde la montaña lo exija y, donde el
mercado no llega, esquemas satelitales o redes comunitarias con tarifa social;
y cuarto, impulsar formación masiva para docentes, jóvenes, productores y
juntas de acción comunal. Llevar internet es el primer paso; convertirlo en
oportunidades, la meta.
Cerrar
la brecha digital no es un asunto técnico, es un acto de justicia. Cuando
garantizamos conectividad, nivelamos el terreno para que un niño de San Agustín
o de Pitalito tenga las mismas posibilidades que uno de Neiva; para que una
emprendedora de Acevedo pueda vender sin intermediarios; para que un adulto
mayor de La Plata reciba una atención médica oportuna sin viajar horas. Eso es
equidad en la práctica. Y también es democracia: más información disponible,
más transparencia, más participación.
Si
una escuela sigue sin señal, que se sepa y se actúe; si un operador no cumple,
que responda; si una comunidad tiene una buena práctica, que la escalemos. El
Huila tiene con qué; capital humano, vocación productiva, universidades, un
sector público que puede coordinar y un sector privado en la capacidad de
invertir cuando hay reglas claras.
La
conectividad digital es la carretera invisible que nos conecta con el futuro.
No dejemos a nadie al borde de esa vía.
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