Hoy, diez años después, el estruendoso ruido del disparo que segó la vida de la periodista Flor Alba Núñez Vargas, sigue resonando en las calles del Municipio de Pitalito, al sur del Huila, por la impunidad en la administración de justicia para enviar a buen recaudo a quienes ordenaron su muerte.
POR RODRIGO ROJAS GAZÓN
Periodista Huila Hoy
prensarodrigorojasg@gmail.com
Aquel 10 de septiembre de 2015, la tranquilidad de la mañana se esfumó por un acto de cobardía que apagó su vida y con ello su voz, tras ser herida de muerte de forma cobarde por la espalda. A sus 28 años, Flor Alba era más que una reportera; era la guardiana de la verdad en una región donde la corrupción y las sombras del crimen organizado, hacían parte de su agenda informativa y sus constantes denuncias.
Su pluma valiente y su voz firme en la emisora La Preferida Stereo y redes sociales, desnudaban las redes delincuenciales y los secretos del corrupto poder que se cree intocable. Por ello, fue sentenciada. Un sicario en motocicleta, un tiro a quemarropa cuando entraba a su lugar de trabajo, la silencio para siempre. El asesinato de Flor Alba no fue solo un crimen; fue un mensaje, una advertencia brutal contra aquellos que osan denunciar.
A lo largo de esta década, la administración de justicia, ha logrado identificar y condenar a quien empuñó y acciono el arma, pero la mano de quien orquestó el crimen permanece oculta en la penumbra. Juan Camilo Ortiz, alias "El Loco", fue capturado y sentenciado a 47 años y 6 meses, casi medio siglo de prisión. Fue la herramienta de un poder oscuro, el eslabón visible de una cadena de impunidad. Su cómplice, Jaumeth Albeiro Flórez, alias "Chory", (el conductor de la moto en la que huyeron), también fue capturado y encarcelado. Ambos pagan la deuda con la sociedad, pero guardan consigo el nombre o los nombres de quienes los contrataron, verdad que al parecer se la llevaran hasta la tumba.
La investigación ha navegado de hipótesis en hipótesis, apuntando a posibles retaliaciones de bandas criminales, líderes políticos y empresarios cuyas oscuras intenciones fueron reveladas por Flor Alba. Sin embargo, nadie ha sido judicializado por planear y ordenar su violenta muerte. Este vacío en el proceso judicial es un recordatorio doloroso de las profundas fallas en la administración de justicia en Colombia, que se centra en judicializar a los autores materiales, dejando a los verdaderos responsables muy orondos como si nada.
Diez años después, el caso de Flor Alba Núñez se ha convertido en un símbolo de la lucha por la libertad de prensa y un testimonio de la impunidad que sigue asfixiando a los periodistas en las regiones de Colombia, a quienes les corresponde autocensurarse para no ser objeto de amenazas, el exilio, o enfrentarse a la muerte por denunciar la corrupción en todos los niveles, y la actuación de grupos delincuenciales.
La familia Flor Alba y la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) han denunciado la lentitud y la ineficacia de las investigaciones, clamando por una justicia que complete el círculo y revele quiénes fueron los verdaderos cerebros detrás del asesinato.
El magnicidio de Flor Alba es un hecho que debería seguir vigente con rigor en la lucha contra impunidad. Es un grito que nos exige no olvidar, y que llama a las autoridades a redoblar esfuerzos para proteger a quienes arriesgan su vida en la búsqueda de la verdad. Su asesinato no debe ser un capítulo cerrado, sino una herida abierta que nos impulse a luchar para que ni una sola voz de periodistas más sea silenciada. En este caso, la verdadera justicia no llegará hasta que los autores intelectuales enfrenten el peso de la ley, y el frío de una celda, tras las rejas.
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