Por Julio Bahamon Vanegas
La renuncia de Eduardo
Montealegre al ministerio de Justicia, presentada con dramatismo, no es un
gesto de hombre perseguido, es más bien, el intento desesperado de un cobarde
funcionario para disfrazar, con frases rimbombantes, un fracaso político y
administrativo. Petro, su jefe, lo saco por la puerta de atrás de la casa de
Nariño.
En su amargura, se despacha
contra todos: acusa a la Corte Suprema de Justicia de prevaricato, califica al
expresidente Álvaro Uribe como “criminal de guerra” y “corrupto”, cuando apenas
hace unas semanas lo destaco como un “guerrero de la política”, reconociendo su
liderazgo histórico, se va lanza en
ristre contra Juan Manuel Santos a quien señala de servil ante él, despotrica
de la Fiscalía General de la Nación, señalándola de cómplice de delitos de lesa
humanidad y fustiga al Procurador General de hacer parte de la política más
corrupta del país, es decir, quiso arrasarlo todo. Al final de su rimbombante
renuncia le dice al presidente Petro que se cuide de “traidores” que lo acechan
dentro de la casa de Nariño dispuestos a “clavarle dagas peligrosas”. Pero como
sabandija, no los identifica.
El fondo de su correspondencia
es claro. Montealegre no logro nada sustancial desde el ministerio. Ni avances
en política criminal, ni modernización Judicial, ni articulación efectiva con
la rama judicial. Su gestión naufragó en medio de odios y falta de resultados.
Igual le sucedió cuando ocupó el cargo de fiscal general, de ahí salió en medio de cuestionamientos y controversias, hoy se repite la historia. Montealegre deja un ministerio de Justicia paralizado, un gobierno debilitado que abandona, como las ratas, en medio del naufragio de su comandante.
Mas allá de su “grandilocuente
catilinaria”, lo único cierto es que Eduardo Montealegre fue un fiasco como
ministro de justicia. No hubo ley de sometimiento a la justicia, no prospero la
reforma a la justicia prometida por su comandante Petro, y mucho menos se presentó
la ley de convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente. Su paso por el
ministerio se limitó a discursos y teorías sin resultados. Paso por el misterio
de justicia, “sin dejar huella”, más con pena que con gloria. Debería quedarse
en Europa, rumiando su cobardía, su fracaso y su odio contra el Gran
colombiano, querido por toda la Nación, Álvaro Uribe Vélez.



No hay comentarios:
Publicar un comentario