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domingo, 26 de octubre de 2025

PARAPETO. - EDUARDO MONTEALEGRE. PUSILÁNIME FRACASADO.


Por Julio Bahamon Vanegas 


La renuncia de Eduardo Montealegre al ministerio de Justicia, presentada con dramatismo, no es un gesto de hombre perseguido, es más bien, el intento desesperado de un cobarde funcionario para disfrazar, con frases rimbombantes, un fracaso político y administrativo. Petro, su jefe, lo saco por la puerta de atrás de la casa de Nariño.


En su amargura, se despacha contra todos: acusa a la Corte Suprema de Justicia de prevaricato, califica al expresidente Álvaro Uribe como “criminal de guerra” y “corrupto”, cuando apenas hace unas semanas lo destaco como un “guerrero de la política”, reconociendo su liderazgo histórico,  se va lanza en ristre contra Juan Manuel Santos a quien señala de servil ante él, despotrica de la Fiscalía General de la Nación, señalándola de cómplice de delitos de lesa humanidad y fustiga al Procurador General de hacer parte de la política más corrupta del país, es decir, quiso arrasarlo todo. Al final de su rimbombante renuncia le dice al presidente Petro que se cuide de “traidores” que lo acechan dentro de la casa de Nariño dispuestos a “clavarle dagas peligrosas”. Pero como sabandija, no los identifica.


El fondo de su correspondencia es claro. Montealegre no logro nada sustancial desde el ministerio. Ni avances en política criminal, ni modernización Judicial, ni articulación efectiva con la rama judicial. Su gestión naufragó en medio de odios y falta de resultados.


Igual le sucedió cuando ocupó el cargo de fiscal general, de ahí salió en medio de cuestionamientos y controversias, hoy se repite la historia. Montealegre deja un ministerio de Justicia paralizado, un gobierno debilitado que abandona, como las ratas, en medio del naufragio de su comandante.


Mas allá de su “grandilocuente catilinaria”, lo único cierto es que Eduardo Montealegre fue un fiasco como ministro de justicia. No hubo ley de sometimiento a la justicia, no prospero la reforma a la justicia prometida por su comandante Petro, y mucho menos se presentó la ley de convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente. Su paso por el ministerio se limitó a discursos y teorías sin resultados. Paso por el misterio de justicia, “sin dejar huella”, más con pena que con gloria. Debería quedarse en Europa, rumiando su cobardía, su fracaso y su odio contra el Gran colombiano, querido por toda la Nación, Álvaro Uribe Vélez.

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