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viernes, 18 de julio de 2025

PARO ARROCERO: "EL GRITO DE UN SECTOR QUE NO DA MÁS".


POR WILFRED TRUJILLO TRUJILLO
Diputado del Huila

Colombia vive una crisis alimentaria silenciosa que amenaza con estallar en la cara de quienes aún pretenden ignorarla. Y en el Huila, ese estallido ya comenzó. El paro arrocero que se desarrolla hoy no es un hecho aislado, ni un acto de rebeldía, ni una molestia pasajera. Es el resultado directo de un modelo económico que ha dejado de escuchar al campo y que, con su indiferencia, ha empujado a miles de productores al borde de la ruina. Durante la más reciente sesión de la Asamblea Departamental del Huila, tuvimos la oportunidad de recibir al Comité Central del Paro Arrocero y a los representantes de diferentes asociaciones de arroceros del departamento. 

Lo que escuchamos no fueron cifras frías ni discursos elaborados: fue un clamor auténtico, desesperado y profundamente legítimo. El sector arrocero está en crisis, y esa crisis ya no se puede maquillar con promesas vacías ni resoluciones a medias. En el Huila se sembraron cerca de 35.000 hectáreas de arroz, con una producción que supera las 250.000 toneladas. Somos el cuarto productor del país y en municipios como Campoalegre, el 80% de la economía depende directamente de este cultivo; a este municipio le siguen otros como Palermo, Villavieja, Yaguará, Tello y Aipe, que también sostienen gran parte de su actividad económica alrededor del arroz, consolidando una región profundamente ligada a este renglón agrícola. Sin embargo, en menos de un año, el precio de la carga ha caído de $225.000 a $170.000, una disminución del 25% que, combinada con el aumento del 50% en fertilizantes como la urea, hace inviable cualquier esfuerzo de siembra. 

Lo más doloroso es que esta no es una crisis nueva.  Los tratados de libre comercio firmados hacen más de una década abrieron las puertas al arroz extranjero sin prever cómo proteger al productor nacional. Hoy enfrentamos importaciones desmedidas desde Ecuador, Perú y Estados Unidos, y, además, contrabando que atraviesa nuestras fronteras como si no existieran. 

Mientras el arroz de contrabando se vende a precios que ningún productor colombiano puede igualar, aquí se multiplican las deudas, se abandonan los cultivos y se comienza a perder la esperanza.Se estima que el arroz de contrabando representa más del 10% del consumo nacional, una cifra alarmante si se considera que la industria trabaja con un consumo per cápita de 38 kilos por persona, mientras que el DANE y FEDEARROZ reportan un consumo de 46 kilos. Esta diferencia de 8 kilos por persona refleja claramente el impacto del contrabando en el mercado interno, distorsionando las cifras reales y afectando directamente a los agricultores colombianos.
 
El Gobierno Nacional ha fallado, y hay que decirlo sin rodeos. El paro arrocero de marzo de este año terminó con la firma de acuerdos que, al día de hoy, no se han cumplido. Se prometieron 22 mil millones para pequeños y medianos productores, pero los recursos nunca llegaron.
 
Se anunció un incentivo para la comercialización, pero los trámites son tan complejos que excluyen a quienes más lo necesitan. De más de 10.000 arroceros caracterizados, apenas unos 200 han podido acceder efectivamente a algún tipo de ayuda. ¿Dónde está la voluntad política para atender esta emergencia? 

Y como si fuera poco, los arroceros enfrentan otro enemigo: la burocracia. El acceso al programa FAIA (Fondo Agropecuario de Insumos Agropecuarios), los créditos de Finagro, los alivios tributarios, los subsidios al agua, todo está condicionado a procesos tediosos, confusos y excluyentes. Muchos productores no tienen cómo demostrar arrendamientos formales o cumplir con los requisitos de entidades como la UGPP (Unidad de Gestión Pensional y Parafiscales), que los persigue más como deudores que como actores clave del sistema alimentario nacional.

El campo no resiste más. Y el problema no es solo del Huila. Son más de 200 municipios en todo el país los que dependen de la cadena arrocera. Más de 500.000 familias que hoy están viendo cómo el arroz se convierte en una carga en lugar de ser sustento. Y más allá de la estadística, hay algo que debe preocuparnos aún más: estamos perdiendo soberanía alimentaria.
 
El campo no resiste más. Y el problema no es solo del Huila. Son más de 200 municipios en todo el país los que dependen de la cadena arrocera. Más de 500.000 familias que hoy están viendo cómo el arroz se convierte en una carga en lugar de ser sustento. Y más allá de la estadística, hay algo que debe preocuparnos aún más: estamos perdiendo soberanía alimentaria.
 
¿Qué pasará cuando no tengamos con qué alimentar a nuestra propia población? ¿Qué ocurrirá si seguimos permitiendo que el arroz colombiano desaparezca mientras se privilegia el importado?

Yo no soy arrocero, pero soy huilense y cafetero. Y desde esa experiencia empatizo con lo que significa sembrar con incertidumbre, cosechar con pérdidas y vivir con el miedo de que el esfuerzo de todo un año no alcance ni para pagar las deudas. Por eso entiendo y respaldo cada bloqueo, cada pancarta, cada tractor en las vías. Porque cuando el gobierno no escucha, el pueblo tiene derecho a gritar. 

No podemos seguir aplicando “pañitos de agua tibia”. Se necesita una solución estructural. Hay que revisar los tratados de libre comercio, fortalecer los controles fronterizos, reactivar incentivos eficaces como el subsidio al almacenamiento y garantizar que los programas realmente lleguen al productor. No más resoluciones que se quedan en borrador ni anuncios que se esfuman con el paso de los días.

También es urgente que el Gobierno Nacional deje de improvisar con el agro. No puede ser que la Secretaría de Agricultura del Huila lleve 37 días en interinidad. No puede ser que los proyectos estratégicos, como la planta de transformación de Asojuncal o la prometida planta de fertilizantes, estén estancados por negligencia administrativa. Si la economía del departamento depende del agro, se necesita liderazgo serio y técnico, no encargos indefinidos ni funcionarios desconectados del territorio. 

Yo seguiré acompañando esta causa desde el lugar que ocupo, pero también como ciudadano que cree en el poder transformador del campo. Porque el arroz no es solo un cultivo. Es cultura, empleo, arraigo, comunidad. Es un renglón importante en la economía huilense y un símbolo de nuestra identidad. Hoy, más que nunca, el país necesita mirar hacia el sur, hacia las tierras donde todavía se cultiva con las manos. Porque si no defendemos a quienes producen nuestros alimentos, terminaremos dependiendo de quienes solo saben venderlos
 
Cuando el campo protesta, no lo hace por capricho, lo hace porque ya no tiene con qué sembrar la esperanza.

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