El
Macizo Colombiano, también conocido como el Nudo de Almaguer, es mucho más que
un accidente geográfico: es la columna vertebral hídrica, ecológica y cultural
de Colombia. En su inmensa complejidad natural nacen cinco de los principales
ríos del país: el Magdalena, el Cauca, el Patía, el Putumayo y el Caquetá. Por
esta razón, y con toda justicia, se le ha llamado “la fábrica de agua del
mundo”. Su riqueza biológica es inigualable: concentra el 26,8% de los páramos
de Colombia y el 13,4% de los páramos del planeta, alberga más de 360 lagunas y
al menos 15 ecosistemas de alta montaña con biodiversidad endémica. Fue
declarado Reserva de la Biósfera por la UNESCO en 1978 y es uno de los
territorios más estratégicos para el futuro ambiental del país.
Pero mientras su valor ecológico es indiscutible, la situación que hoy
atraviesa es profundamente alarmante. En las últimas dos décadas, el Macizo ha
perdido cerca de 500.000 hectáreas de bosque, más del 50% de su cobertura
original, como consecuencia de la deforestación, la expansión de la frontera
agropecuaria, la minería y el crecimiento urbano sin control. El equilibrio
hídrico, climático y social de este territorio está en juego. Y lo más grave:
aún no hemos logrado una articulación institucional sólida que permita
enfrentar de manera estructural esta emergencia silenciosa.
Esta degradación ha puesto en peligro a numerosas especies de flora y fauna que
habitan en el Macizo Colombiano. Entre las especies animales más
representativas se encuentran el oso de anteojos, el puma, la danta de montaña
y el cóndor de los Andes, todas con algún nivel de amenaza; la pérdida de su
hábitat natural fragmenta los corredores biológicos que necesitan para
alimentarse, reproducirse y migrar, dejándolos aislados y más vulnerables a la
extinción. En cuanto a la flora, especies emblemáticas como el roble negro, la
palma de cera y una diversidad de orquídeas endémicas se enfrentan a riesgos
crecientes por la pérdida acelerada de hábitat, debido a la tala indiscriminada
y a los cambios en las condiciones del suelo y del microclima que provoca la
deforestación.
Según registros del Instituto Humboldt y del Sistema de Información sobre
Biodiversidad (SiB Colombia), el Macizo Colombiano alberga más de 3.000
especies de plantas, muchas de ellas aún sin clasificar, y al menos 200
especies de aves, algunas únicas de este territorio. Cada hectárea que se tala
no solo significa la pérdida de cobertura vegetal: arrasa también con la vida
que allí se refugia, interrumpe ciclos ecológicos esenciales, como la
polinización, la regulación hídrica y la formación de suelos fértiles, y
destruye la memoria genética de un ecosistema considerado uno de los más
biodiversos del planeta. La deforestación no es solo un impacto local; genera
un efecto en cadena que compromete el equilibrio ambiental de toda la región
andina y amenaza la calidad de vida de las comunidades que dependen de estos
recursos.
En este panorama, el departamento del Huila juega un papel decisivo. No solo
porque una parte significativa del Macizo Colombiano se encuentra en su
territorio, sino porque ha sido pionero en la implementación de políticas
públicas ambientales a nivel regional. Desde la Gobernación y la Corporación
Autónoma Regional del Alto Magdalena (CAM) se han impulsado múltiples programas
orientados a la adaptación y mitigación frente al cambio climático, entre ellos
el “Plan Departamental de Adaptación al Cambio Climático” que busca reducir la
vulnerabilidad de los ecosistemas y de las comunidades rurales ante fenómenos como
la variabilidad de lluvias, las sequías y los incendios forestales, y proyectos
de conservación de páramos en los complejos de Sotará, Guanacas-Puracé-Coconuco
y Nevado del Huila-Moras, donde se concentra gran parte de la biodiversidad y
de los nacimientos de agua del departamento, todos con más del 90% de cobertura
bajo figuras de protección, ya sea como áreas de reserva, parques nacionales o
zonas de manejo especial.
La reconversión productiva con sistemas silvopastoriles, huertas agroecológicas
y acuerdos de conservación con comunidades campesinas e indígenas ha sido
ejemplo para otros departamentos. Igualmente, iniciativas como los proyectos
REDD+ (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación de los bosques)
han permitido vincular a la cooperación internacional en el sostenimiento de
los ecosistemas huilenses.
Sin embargo, todos estos esfuerzos aún son insuficientes si no existe un
liderazgo colectivo que los articule y los proyecte en una visión común. Por
eso resulta urgente y necesario reactivar la Asociación de Municipios del
Macizo Colombiano (ASOMAC), conformada por municipios de los departamentos de
Nariño, Cauca y Huila. Esta asociación no debe ser vista como una entidad más,
sino como una plataforma viva, territorial, que conecte los intereses locales
con las agendas nacionales e internacionales. Su misión debe ser la de
recuperar el sentido estratégico del Macizo, promover políticas sostenibles de
desarrollo rural, garantizar la continuidad del CONPES 3915 de 2018 y hacer de
este territorio una prioridad transversal en los planes de gobierno de los
municipios y departamentos que lo integran.
La implementación del CONPES 3915 estableció una hoja de ruta clara: proteger y
restaurar los ecosistemas del Macizo, promover economías sostenibles y
fortalecer las capacidades institucionales. Pero esto no puede quedarse en el
papel. Requiere seguimiento, financiación, voluntad política y una ciudadanía
activa que vigile y exija resultados. La región del Macizo clama por inversión
en educación ambiental, en producción limpia, en ordenamiento territorial
alrededor del agua, en ciencia y tecnología adaptada al cambio climático.
Necesita también una narrativa que dignifique el territorio, que lo vea no como
una zona de sacrificio, sino como un espacio de vida, de cultura y de
oportunidad.
Desde mi responsabilidad como diputado del Huila, me uno a este llamado con
firmeza. El Macizo es una prioridad inaplazable para nuestro departamento.
Estoy convencido de que no podremos hablar de sostenibilidad ni de justicia
territorial si no ponemos este ecosistema en el centro de las decisiones
políticas, presupuestales y sociales. La protección del Macizo no puede seguir
dependiendo exclusivamente de la voluntad de unas pocas instituciones o de
proyectos fragmentados: requiere una visión de largo plazo, con inversiones
concretas y articuladas entre todos los niveles de gobierno.
Por eso, invito a los alcaldes de los municipios huilenses del Macizo, a las
autoridades ambientales, a la academia, a las organizaciones sociales, a las
comunidades rurales e indígenas, y a los ciudadanos conscientes, a que
avancemos hacia una gran alianza regional por la vida. Una alianza que
trascienda las administraciones de turno, que fortalezca las capacidades
locales y que defienda el agua, los bosques y la biodiversidad como bienes
comunes sagrados. La reactivación de ASOMAC debe ser entendida no solo como un
compromiso administrativo, sino como una oportunidad histórica para reorientar
el desarrollo de nuestros territorios con enfoque ambiental, social y cultural.
Que esta asociación vuelva a ser una voz colectiva, una instancia de
coordinación y una herramienta efectiva de gestión y transformación en defensa
del Macizo Colombiano.
El Macizo clama por acciones y decisiones reales,
por liderazgos que no titubeen. No hacerlo sería condenar a Colombia a una
sequía ecológica y social sin retorno.
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