Por Édinson Gil Ordóñez – Desde Trier, Alemania
Acevedo atraviesa uno de los momentos más
críticos de los últimos años: una emergencia invernal arrasadora, como no se
había visto jamás en esta magnitud. Y lo que siento no es solo tristeza, sino
una profunda indignación. Porque esto que
estamos viviendo no es solo producto de la naturaleza, sino del abandono
institucional que ya se volvió costumbre.
Más de 58 veredas afectadas. Fincas incomunicadas.
Cultivos de café destruidos. Niños sin escuela. Familias sin techo, sin agua,
sin energía, sin comida. Antenas de comunicación colapsadas. Turismo paralizado.
Y una economía rural que hoy tambalea al borde del abismo, justo cuando la mitaca
— que siempre fue un respiro— se ha convertido en la única cosecha.
Esa es la realidad de mi municipio: el segundo
productor de café de Latinoamérica, un pueblo de gente trabajadora que lo ha
dado todo por Colombia y que hoy está siendo olvidado justo cuando más necesita
ayuda.
Lo que pasa hoy en Acevedo es grave. Gravísimo.
Pero más grave aún es el silencio. El silencio de los que tienen la obligación
de responder. El silencio de los que solo aparecen en época electoral y hoy
brillan por su ausencia. El silencio de los que se llenan la boca hablando de
“campo” y “territorio”, pero no han sido capaces de mandar una sola ayuda a
nuestras veredas.
Y mientras tanto, la gente resiste. Camina
horas con costales al hombro porque ya no hay paso ni para mulas. Se mete al
barro para rescatar los pocos árboles que quedaron en pie.
Duerme en casas agrietadas, con miedo a
perderlo todo. Se enferma, se angustia, pero no se rinde. Porque en Acevedo tenemos
costumbre de sobrevivir, incluso cuando nadie más nos ve. Pero no es justo. No
es justo que nuestros campesinos tengan que enfrentar solos una tragedia que
supera todas sus capacidades. No es justo que el café, ese mismo que le da
orgullo a Colombia, se esté perdiendo bajo el lodo sin que nadie mueva un dedo.
No es justo que la ayuda solo llegue a donde
hay cámaras o votos en juego.
Por eso hoy levanto la voz. Y no es solo una
denuncia. Es un llamado. A la UNGRD. Al Gobierno Nacional. A la Gobernación del
Huila. A las agencias de cooperación internacional. A la Cruz Roja. A quien
tenga ojos para ver y manos para ayudar: Acevedo necesita presencia, ayuda,
recursos, soluciones reales. Ya.
Desde ASOCAMUA hemos hecho lo que nos
corresponde. Hemos recolectado testimonios, fotografías, datos, mapas,
evidencias. Hemos organizado un informe completo. Hemos tocado puertas.
Pero no podemos más solos. Y que quede claro:
esto no es un favor. Es una obligación moral, social y política del Estado
colombiano. Porque cuando un pueblo como Acevedo cae, no solo se pierde una
cosecha: se quiebra la confianza de la gente que ha sostenido el país desde la
montaña.
El pasado 20 de junio enviamos nuestras
solicitudes a distintas entidades del orden nacional e internacional, con toda
la documentación, evidencias y testimonios que respaldan la gravedad de esta tragedia.
Nos hemos unido, además, a la acción de tutela liderada por el abogado Rafael
Barrera, con una sola intención: que a nuestros damnificados les llegue la
ayuda que tanto necesitan.
Estamos a la espera de sus respuestas. No
pedimos imposibles. Pedimos humanidad. Pedimos presencia. Pedimos lo justo. Porque
Acevedo no es solo un punto en el mapa. Es una tierra que ha sembrado café para
Colombia y esperanza para su gente.
Ojalá la respuesta institucional no llegue cuando
ya sea demasiado tarde.
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