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viernes, 7 de noviembre de 2025

CRÓNICA DE UN GENOCIDIO ANUNCIADO.

 

Por Julio Bahamon Vanegas

El día 6 de noviembre de 1985, el Dr. Luis Carlos Galán Sarmiento nos había citado al medio día al restaurante del Jockey Club, a la bancada del movimiento Nuevo Liberalismo, a un almuerzo de trabajo legislativo. Era una disciplina que nos habíamos impuesto, semanalmente, la de reunirnos todos sus congresistas en algún lugar de la ciudad, a fin de hacer un análisis juicioso de los avances y pormenores de los proyectos de Ley y de reformas legislativas que se discutían en ambas cámaras, reuniones en las que los distintos congresistas, senadores y representantes informábamos a los compañeros de nuestro trabajo como legisladores. Esa disciplina, al término del gobierno de Belisario Betancur, lo animo a declarar gratitud al partido y a definir, entonces, al congreso de la república, como un Congreso Admirable.


Aún no nos habían servido el almuerzo cuando se acercó a la mesa uno de los asistentes del club para decirle al Dr. Galán que lo estaban llamando del Palacio presidencial, de parte del señor presidente de la República. El Dr. Galán se levantó de la mesa, atendió a la llamada, y regreso a la mesa muy rápido para decirnos que: existía una alarma en la presidencia por la supuesta entrada de dos hombres armados al palacio de justicia, y que lo estarían informando.


Nosotros continuamos la tarea:  minutos después regreso nuevamente el mesero para decirle al Dr. Galán que lo llamaban nuevamente desde la presidencia, y preocupado acudió a recibir la llamada, en esa comunicación ya la dijeron, que se trataba de una incursión de un grupo de guerrilleros del M-19, que se habían “metido” por la fuerza al interior del palacio de justicia y que estaban demandando la presencia del presidente de la República para que fuera a dialogar con los rebeldes. En ese momento se levantó la reunión y todos salimos hacia el Congreso de La República, a ver de qué manera se podía ayudar en esas difíciles circunstancias de la historia nacional.


El director del movimiento se dirigió a la presidencia a reunirse con el presidente de la república. Los congresistas para sus oficinas en el edificio del Congreso de Colombia.


Yo había terminado mi periodo como primer vicepresidente de la Cámara de Representantes y resolví asistir a una reunión extraordinaria del congreso en pleno que citaron los presidentes del senado y de la Cámara de Representantes, para analizar la gravísima situación que se estaba presentando en el edifico emblemático de uno de los poderes del Estado, el Palacio de Justicia. En esa reunión pude constatar la cobardía que rondaba por las almas de los “padres de la patria” Desde una ventana, que daba a la Plaza de Bolívar  vi como nuestro ejército, por órdenes del general Miguel Francisco Vega Uribe, comandante de las fuerzas armadas, ingresaba a la escena con la orden de retomar militarmente el templo de la justicia colombiana.


Por investigaciones oficiales posteriores, se comprobó que esa acción demencial y temeraria tuvo influencia del Cartel de Medellín, directamente de su capo Pablo Escobar Gaviria, de quien el M-19 recibió la suma de US$ 5 millones de dólares para financiar la operación que tuvo como fin quemar los archivos de la sala penal que contenían expedientes relacionaos con la extradición de los principales jefes de la mafia colombiana, a los Estados Unidos.


40 años después, ante las dudas por la debilidad de las investigaciones, salen algunos redactores de la política, a poner en tela de juicio el papel que jugo el presidente de la república y las fuerzas armadas de la nación.


Le escuché hace unos días al exministro de Justicia, exprocurador general y exfiscal General Dr. Alfonso Gómez Méndez, afirmar que, si bien fue verdad, que el palacio de justicia fue incinerado por los violentos del M-19, no es probable que hubiesen sido contratados para desaparecer, específicamente, los expedientes de extradición, porque existían copias de los mismos en el ministerio de Justicia y  la Cancillería. Es posible, pero los facinerosos no sabían ni tenían porque saberlo.


Le oí a un veterano periodista afirmar que, al Magistrado y presidente de la Corte Suprema de Justicia, Alfonso Reyes Echandía lo habían encontrado con un proyectil calibre 9mm en su cabeza y que ese proyectil pertenecía a un arma del ejército colombiano. Tamaña estupidez, como si acaso una bala de ese calibre no pudiera ser disparada por un arma, pistola, en manos de uno de los comandantes del M-19, que lo apresaron en su afán genocida, lo llevaron a un baño en donde apareció su cuerpo.


Una señora que no logre identificar, afirmó antier en una entrevista, que el incendio al interior del palacio, lo provocó un disparo de bazuca, que impacto contra la fachada a la altura del segundo piso del edificio, cuando se comprobó que las llamas no descienden, sino que suben, lo que demuestra que el incendio fue alimentado por los sediciosos desde los sótanos del palacio.


Lo único que no podrán hacer desaparecer de la memoria de los colombianos es la autoría del asalto cometido por miembros criminales de esa agrupación genocida. El M-19, el grupo


Lo peor, de lo peor, la más grande infamia e insulto a Colombia, la dijo en su red X el bárbaro presidente de Colombia, Gustavo Petro, que califico el genocidio, como una genialidad.   


Petro con esa afirmación se fue con todo contra la estructura del Estado democrático colombiano. Una palabra de un loco, pero de un loco peligrosísimo.


11 honorables Magistrados de la Suprema y del Consejo de Estado fueron masacrados, y más de 100 ciudadanos murieron calcinados durante la demencial operación genocida cometida por el grupo narcoterrorista del M*19. Esa barbarie no tiene perdón de Dios. Los perdono la justicia humana, pero los condenara eternamente, la opinión de todo un país. 

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