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viernes, 22 de agosto de 2025

UNA GENERACIÓN EN PARTIDA: LA MIGRACIÓN JUVENIL Y EL RETO DE RETENER TALENTO EN EL HUILA


POR WILFRED TRUJILLO TRUJILLO 

Diputado Asamblea del Huila 

 

En el Huila y en Colombia, cada familia guarda una historia de despedida: un hijo que se va a España con una promesa laboral modesta pero estable; una recién graduada que migra a Chile para homologar su título; un técnico que decide cruzar fronteras convencido de que afuera hay una ruta más clara para crecer. La migración juvenil dejó de ser una excepción para convertirse en un signo de estos tiempos. Como diputado del Huila, me hago una pregunta que nos interpela a todos: ¿qué estamos ofreciendo para que nuestros jóvenes elijan construir su proyecto de vida aquí?

 

Las cifras recientes confirman esta realidad. Más de 4,7 millones de colombianos residen hoy en el exterior y la mayoría de quienes se han ido en los últimos años son jóvenes. En España, por ejemplo, más de la mitad de los colombianos registrados tienen entre 20 y 44 años, mientras que Chile se ha convertido en uno de los destinos favoritos para quienes buscan mejores salarios y estabilidad. Aunque todavía no contamos con un dato exacto sobre cuántos jóvenes emigraron entre 2024 y 2025, las estadísticas de países receptores y del DANE muestran un hecho claro: la generación en edad productiva está saliendo del país en números significativos, lo que implica una pérdida directa de talento, innovación y futuro para nuestra economía.

 

El fenómeno tiene una dimensión humana evidente, los afectos que se van, los duelos silenciosos, pero su impacto económico es igual de profundo. Cuando una cohorte amplia de jóvenes sale del territorio, se reduce la base de consumo presente y futuro: menos arriendos y vivienda propia, menor demanda de bienes cotidianos y servicios, menos dinamismo para el comercio local. Esa disminución del gasto se siente en los barrios, en las plazas de mercado, en los pequeños negocios que viven de las compras del día a día. La economía regional, que depende de la velocidad con la que el dinero circula, pierde ritmo.

 

También se estrecha el tejido productivo. La juventud es la franja con mayor propensión a emprender, a adoptar tecnología e innovar procesos. Si ese impulso se materializa en otra geografía, aquí se frena la productividad, se alargan los tiempos de adopción tecnológica y se postergan mejoras que podrían hacer más competitivas a nuestras empresas. La fuga de talento no es un eslogan: son vacantes que se llenan con dificultad, áreas que operan por debajo de su potencial, proyectos que no despegan porque faltan manos formadas para liderarlos.

 

A ello se suma un efecto en las finanzas públicas y en la sostenibilidad social. Los jóvenes que se van son, en buena medida, los contribuyentes de mañana: trabajadores formales que deberían aportar a la seguridad social, a la salud y al sistema pensional. Si cotizan en otros países, el territorio pierde parte de la base que ayuda a sostener a las generaciones mayores. Esa presión se nota en el mediano plazo, cuando una población más envejecida requiere más servicios y los aportes locales no crecen al mismo ritmo. El resultado es un mayor peso relativo sobre quienes se quedan y una menor holgura fiscal para invertir en lo que más falta: educación, infraestructura, emprendimiento.

 

El campo sufre una consecuencia adicional: la ruptura del relevo generacional. La edad promedio de muchos productores crece, y con ella la resistencia a incorporar tecnologías que hoy marcan la diferencia: riego eficiente, trazabilidad, certificaciones de calidad, comercio digital. En el Huila, donde tenemos vocación agroindustrial, turística y de energías limpias, esta brecha se traduce en oportunidades que otros aprovechan antes. ¿Cuántas cadenas de valor podríamos escalar si tuviéramos más jóvenes liderando la transformación poscosecha, la logística, el marketing digital o la exportación directa?

 

Hay, por supuesto, un ángulo menos visible: el costo hundido de la formación. Familias, universidades y el Estado invierten años y recursos en educación básica, media, técnica y superior. Cuando ese conocimiento se consolida lejos de casa, el retorno social de la inversión ocurre en otro lado. Y aunque las remesas alivian las finanzas familiares, no sustituyen el efecto multiplicador de tener al joven aquí, trabajando, emprendiendo, pagando impuestos, creando empleo y encadenando proveedores locales.

 

¿Por qué se van? Las razones son conocidas y, por eso mismo, urgentes. Encontrar el primer empleo formal sigue siendo una barrera alta; los salarios de entrada no siempre alcanzan para una vida digna; emprender tropieza con trámites, costos financieros y poca demanda temprana; la educación, muchas veces, no conversa lo suficiente con lo que el mercado productivo requiere. A esto se suma un mensaje cultural que debemos corregir: la idea extendida de que el éxito está “afuera”. Migrar es un derecho y en muchos casos una oportunidad valiosa, pero cuando se convierte en la única salida, el problema no es la movilidad humana, sino las condiciones del territorio.

 

En el Huila tenemos cómo dar vuelta a la página. Necesitamos un compromiso compartido, medible y verificable. Propongo tres líneas de acción con efectos directos sobre la economía: primero, becas y créditos condenables con cláusula de retorno, ligadas a pasantías remuneradas y a un año de servicio profesional en instituciones públicas y empresas locales; segundo, un verdadero programa de primer empleo juvenil con incentivos tributarios claros, metas de formación en la empresa y acompañamiento para que esas primeras experiencias no sean fugaces, sino escalables; tercero, un fondo semilla con cofinanciación público–privada que combine capital, compras públicas innovadoras y acceso a mercados, para que las ideas de negocio crucen más rápido el umbral de las primeras ventas.

 

A estas apuestas debemos sumar una visión moderna de internacionalización: no todos volverán de inmediato, pero sí podemos convertir la diáspora en una red activa. Un registro de talento huilense en el exterior, mentorías para emprendimientos locales, inversión ángel y programas de “retorno circular” que traigan por temporadas conocimiento, mercados y contactos. Si alguien decide irse, que el Huila sea su plataforma, no su pasado. Incluso el trabajo remoto (que hoy permite producir para el mundo desde casa) puede anclarse en nuestro territorio con hubs de conectividad, espacios de co–working, seguridad y calidad de vida.

 

Nada de esto funcionará sin pertinencia formativa. SENA, universidades y sector productivo deben alinear currículos y crear microcredenciales en habilidades que hoy se demandan: operación digital de procesos, mantenimiento industrial, bilingüismo funcional, ventas B2B, analítica básica, turismo de naturaleza, economía creativa. La llave para elevar productividad (y, por tanto, salarios) es empatar mejor lo que enseñamos con lo que las empresas necesitan y con lo que el mundo paga.

 

Quiero subrayarlo: esta no es una cruzada contra quien migra. Es un llamado a hacernos cargo del terreno que empuja. El Huila tiene oportunidades reales en agroindustria diferenciada, cafés especiales y cacaos finos; en piscicultura con valor agregado; en turismo de naturaleza bien gestionado; en energías renovables y servicios basados en conocimiento. Si logramos que más jóvenes lideren estas apuestas, el efecto se sentirá en los empleos creados, en la base tributaria que crece, en la innovación que se vuelve cultura y en las familias que ya no tienen que despedirse para poder soñar.

 

Como diputado del Huila, propongo un pacto interinstitucional a dos años con metas concretas: duplicar las plazas de primer empleo juvenil, triplicar el capital semilla para proyectos liderados por jóvenes, certificar a miles de estudiantes en competencias laborales de alta demanda e integrar a la diáspora en al menos un centenar de procesos de mentoría e inversión. No es retórica: son decisiones presupuestales, regulaciones más amigables, coordinación público–privada y, sobre todo, voluntad política.

 

La migración juvenil es un espejo. Si seguimos viéndolo pasar, el costo económico lo pagaremos todos: menos consumo, menor productividad, empresas que envejecen, sistemas sociales tensionados. Si lo asumimos con seriedad, ese espejo nos mostrará, en poco tiempo, a una región que retiene y atrae talento porque quedarse, por fin, vale la pena.

 

Nuestro compromiso debe ser claro: que ningún joven huilense tenga que abandonar su tierra para cumplir sus sueños, y que quienes ya partieron encuentren siempre abiertas las puertas para regresar, invertir y aportar a su departamento.

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