POR WILFRED TRUJILLO
TRUJILLO
Diputado Asamblea del Huila
En el Huila y en Colombia,
cada familia guarda una historia de despedida: un hijo que se va a España con
una promesa laboral modesta pero estable; una recién graduada que migra a Chile
para homologar su título; un técnico que decide cruzar fronteras convencido de
que afuera hay una ruta más clara para crecer. La migración juvenil dejó de ser
una excepción para convertirse en un signo de estos tiempos. Como diputado del
Huila, me hago una pregunta que nos interpela a todos: ¿qué estamos ofreciendo
para que nuestros jóvenes elijan construir su proyecto de vida aquí?
Las cifras recientes confirman
esta realidad. Más de 4,7 millones de colombianos residen hoy en el exterior y
la mayoría de quienes se han ido en los últimos años son jóvenes. En España,
por ejemplo, más de la mitad de los colombianos registrados tienen entre 20 y
44 años, mientras que Chile se ha convertido en uno de los destinos favoritos para
quienes buscan mejores salarios y estabilidad. Aunque todavía no contamos con
un dato exacto sobre cuántos jóvenes emigraron entre 2024 y 2025, las
estadísticas de países receptores y del DANE muestran un hecho claro: la
generación en edad productiva está saliendo del país en números significativos,
lo que implica una pérdida directa de talento, innovación y futuro para nuestra
economía.
El fenómeno tiene una
dimensión humana evidente, los afectos que se van, los duelos silenciosos, pero
su impacto económico es igual de profundo. Cuando una cohorte amplia de jóvenes
sale del territorio, se reduce la base de consumo presente y futuro: menos
arriendos y vivienda propia, menor demanda de bienes cotidianos y servicios,
menos dinamismo para el comercio local. Esa disminución del gasto se siente en
los barrios, en las plazas de mercado, en los pequeños negocios que viven de
las compras del día a día. La economía regional, que depende de la velocidad
con la que el dinero circula, pierde ritmo.
También se estrecha el tejido
productivo. La juventud es la franja con mayor propensión a emprender, a
adoptar tecnología e innovar procesos. Si ese impulso se materializa en otra
geografía, aquí se frena la productividad, se alargan los tiempos de adopción
tecnológica y se postergan mejoras que podrían hacer más competitivas a
nuestras empresas. La fuga de talento no es un eslogan: son vacantes que se
llenan con dificultad, áreas que operan por debajo de su potencial, proyectos
que no despegan porque faltan manos formadas para liderarlos.
A ello se suma un efecto en
las finanzas públicas y en la sostenibilidad social. Los jóvenes que se van
son, en buena medida, los contribuyentes de mañana: trabajadores formales que
deberían aportar a la seguridad social, a la salud y al sistema pensional. Si
cotizan en otros países, el territorio pierde parte de la base que ayuda a
sostener a las generaciones mayores. Esa presión se nota en el mediano plazo,
cuando una población más envejecida requiere más servicios y los aportes locales
no crecen al mismo ritmo. El resultado es un mayor peso relativo sobre quienes
se quedan y una menor holgura fiscal para invertir en lo que más falta:
educación, infraestructura, emprendimiento.
El campo sufre una
consecuencia adicional: la ruptura del relevo generacional. La edad promedio de
muchos productores crece, y con ella la resistencia a incorporar tecnologías
que hoy marcan la diferencia: riego eficiente, trazabilidad, certificaciones de
calidad, comercio digital. En el Huila, donde tenemos vocación agroindustrial,
turística y de energías limpias, esta brecha se traduce en oportunidades que
otros aprovechan antes. ¿Cuántas cadenas de valor podríamos escalar si
tuviéramos más jóvenes liderando la transformación poscosecha, la logística, el
marketing digital o la exportación directa?
Hay, por supuesto, un ángulo
menos visible: el costo hundido de la formación. Familias, universidades y el
Estado invierten años y recursos en educación básica, media, técnica y
superior. Cuando ese conocimiento se consolida lejos de casa, el retorno social
de la inversión ocurre en otro lado. Y aunque las remesas alivian las finanzas
familiares, no sustituyen el efecto multiplicador de tener al joven aquí,
trabajando, emprendiendo, pagando impuestos, creando empleo y encadenando
proveedores locales.
¿Por qué se van? Las razones
son conocidas y, por eso mismo, urgentes. Encontrar el primer empleo formal
sigue siendo una barrera alta; los salarios de entrada no siempre alcanzan para
una vida digna; emprender tropieza con trámites, costos financieros y poca
demanda temprana; la educación, muchas veces, no conversa lo suficiente con lo
que el mercado productivo requiere. A esto se suma un mensaje cultural que
debemos corregir: la idea extendida de que el éxito está “afuera”. Migrar es un
derecho y en muchos casos una oportunidad valiosa, pero cuando se convierte en
la única salida, el problema no es la movilidad humana, sino las condiciones
del territorio.
En el Huila tenemos cómo dar
vuelta a la página. Necesitamos un compromiso compartido, medible y
verificable. Propongo tres líneas de acción con efectos directos sobre la
economía: primero, becas y créditos condenables con cláusula de retorno,
ligadas a pasantías remuneradas y a un año de servicio profesional en instituciones
públicas y empresas locales; segundo, un verdadero programa de primer empleo
juvenil con incentivos tributarios claros, metas de formación en la empresa y
acompañamiento para que esas primeras experiencias no sean fugaces, sino
escalables; tercero, un fondo semilla con cofinanciación público–privada que
combine capital, compras públicas innovadoras y acceso a mercados, para que las
ideas de negocio crucen más rápido el umbral de las primeras ventas.
A estas apuestas debemos sumar
una visión moderna de internacionalización: no todos volverán de inmediato,
pero sí podemos convertir la diáspora en una red activa. Un registro de talento
huilense en el exterior, mentorías para emprendimientos locales, inversión
ángel y programas de “retorno circular” que traigan por temporadas
conocimiento, mercados y contactos. Si alguien decide irse, que el Huila sea su
plataforma, no su pasado. Incluso el trabajo remoto (que hoy permite producir
para el mundo desde casa) puede anclarse en nuestro territorio con hubs de
conectividad, espacios de co–working, seguridad y calidad de vida.
Nada de esto funcionará sin
pertinencia formativa. SENA, universidades y sector productivo deben alinear
currículos y crear microcredenciales en habilidades que hoy se demandan: operación
digital de procesos, mantenimiento industrial, bilingüismo funcional, ventas
B2B, analítica básica, turismo de naturaleza, economía creativa. La llave para
elevar productividad (y, por tanto, salarios) es empatar mejor lo que enseñamos
con lo que las empresas necesitan y con lo que el mundo paga.
Quiero subrayarlo: esta no es
una cruzada contra quien migra. Es un llamado a hacernos cargo del terreno que
empuja. El Huila tiene oportunidades reales en agroindustria diferenciada,
cafés especiales y cacaos finos; en piscicultura con valor agregado; en turismo
de naturaleza bien gestionado; en energías renovables y servicios basados en
conocimiento. Si logramos que más jóvenes lideren estas apuestas, el efecto se
sentirá en los empleos creados, en la base tributaria que crece, en la
innovación que se vuelve cultura y en las familias que ya no tienen que
despedirse para poder soñar.
Como diputado del Huila,
propongo un pacto interinstitucional a dos años con metas concretas: duplicar
las plazas de primer empleo juvenil, triplicar el capital semilla para proyectos
liderados por jóvenes, certificar a miles de estudiantes en competencias
laborales de alta demanda e integrar a la diáspora en al menos un centenar de
procesos de mentoría e inversión. No es retórica: son decisiones
presupuestales, regulaciones más amigables, coordinación público–privada y,
sobre todo, voluntad política.
La migración juvenil es un
espejo. Si seguimos viéndolo pasar, el costo económico lo pagaremos todos:
menos consumo, menor productividad, empresas que envejecen, sistemas sociales
tensionados. Si lo asumimos con seriedad, ese espejo nos mostrará, en poco
tiempo, a una región que retiene y atrae talento porque quedarse, por fin, vale
la pena.
Nuestro compromiso debe ser
claro: que ningún joven huilense tenga que abandonar su tierra para cumplir sus
sueños, y que quienes ya partieron encuentren siempre abiertas las puertas para
regresar, invertir y aportar a su departamento.
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