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sábado, 26 de abril de 2025

35 AÑOS DEL ASESINATO DE CARLOS PIZARRO LEONGÓMEZ

Hoy se cumplen 35 años del asesinato de Carlos Pizarro Leongómez, cuando contaba apenas 38 años de edad.

 Ese jueves 26 de abril de 1990, estaba previsto que Pizarro viajara a Barranquilla, donde iniciaría su campaña presidencial por la Región Caribe, en el primer vuelo del día, el de las 6:15 AM. Sin embargo, una llamada anónima a la sede del M-19, realizada la tarde del miércoles, alertaría sobre un posible atentado a cometerse la mañana siguiente en el aeropuerto El Dorado, razón por la cual el jefe de seguridad de Pizarro movería las reservas para el segundo vuelo del jueves, el de las 9:15 AM. Esas tres horas de más en Bogotá le permitirían a Pizarro conceder una larga entrevista para “6 AM – 9 AM”, de Caracol Radio, en donde, entre otras cosas, saldría al aire una de sus truncadas frases para la posteridad: “Soy el peor comunista del país, por eso nunca lo fui. Soy bolivariano y no me canso de pensar en la forma de derrotar a los gamonales que derrotaron a Bolívar y que todavía están mandando”. 

Mientras se desarrollaba la entrevista, Gerardo Gutiérrez Uribe, alias Jerry, el sicario de turno, arribaría al Dorado así, según la edición 417 de Semana, cuya portada adorna este post: “Sin despertar mayores sospechas al comienzo. Vestido con un suéter de lana, pantalones de tela delgada y zapatos nuevos de cuero, pasó por el mostrador de Avianca y no registró equipaje. Llevaba con él una bolsa de mano con una muda que incluía un pantalón de cuero. Acto seguido entró a una de las librerías del segundo piso, compró unas revistas y pasó por la puerta de pasajeros rumbo a la sala de espera número tres”. 

Cuando había dejado atrás el puesto de control del muelle nacional, y los relojes estaban a punto de marcar las nueve, a alias Jerry se le caería al piso una de las revistas. Un policía la recogería con el afán de entregársela, pero alias Jerry negaría que fuera de él. No bien se sentó en la sala de espera a pasar los ojos por el resto de revistas, otro policía, extrañado por lo que había visto, se acercaría y le pediría que le mostrara los documentos de identificación: como si se tratara de su alter ego kamikaze, alias Jerry presentaría una cédula falsa a nombre de Álvaro Rodríguez Meneses, cédula que, lógicamente, carecía de antecedentes penales. 

Con el objeto de evitar contratiempos en la sala de espera, los escoltas de Pizarro se las arreglarían para retrasar el vuelo y llegar lo más tarde posible al Dorado. Cuando por fin abordaron el avión, un Boeing 727-100, HK-1400 de Avianca, por la escalerilla trasera, ya todos los pasajeros estaban en sus sillas, incluido alias Jerry, que ocupaba la 5C. El reloj marcaba las 9:37 AM. Aunque Pizarro originalmente viajaría en la zona intermedia del avión, por recomendación de su jefe de escoltas y del piloto de la nave, sería reubicado en la parte trasera, en la silla 23C, junto a la ventanilla, rodeado por sus 14 guardaespaldas, nueve del DAS y cinco del M-19. Durante el decolaje Pizarro leería El Tiempo, cuya portada se la robaba la explosión de un nuevo carrobomba en Medellín, con saldo de nueve muertos y 56 heridos de gravedad, periódico que al día siguiente abriría con otro titular luctuoso: “Cae Pizarro: la pesadilla se repite”, seguido por esta entradilla: “Es el tercer candidato presidencial asesinado en el país en ocho meses”. 

A los ocho minutos de vuelo, a más de 15 mil pies de altura, en tanto se apagaba la luz que ordenaba mantener los cinturones de seguridad ajustados, un hombre que venía desde la parte delantera del avión seguiría de largo por la fila 23 camino al baño. Los ojos entrenados de los escoltas comprobarían que no estaba armado. Era alias Jerry, quien, luego de estar dos minutos en el baño, saldría, avanzaría un par de pasos y le descargaría 15 tiros calibre 9 milímetros de su ametralladora mini Ingram a Pizarro, de los cuales 13 darían en el blanco, en la cabeza, cuello y manos del líder del M-19: “Carlos Pizarro no alcanzó a darse cuenta de nada. Con las manos sobre las piernas y sangrando por la boca, nariz y oídos, quedó con la cabeza recostada sobre su pecho. Respiraba con dificultad. Uno de los guardaespaldas que se tiró a auxiliarlo captó la gravedad del momento: ¡Nos lo mataron!, exclamó”. 

Alias Jerry, por su parte, sería dado de baja al instante, de un tiro en la frente proveniente de una pistola Beretta 9 milímetros, accionada por el jefe de escoltas, que viajaba al lado de Pizarro. Un médico recién graduado, el único médico en aquel vuelo, confirmaría la citada exclamación del escolta, esto es, ¡Nos lo mataron!, mediante este lugar común fatal: “No hay nada que hacer”. 

El avión aterrizaría cinco minutos después, a punto de despresurizarse por una bala que había impactado en la ventanilla del 23C, resquebrajándola, y un Pizarro moribundo sería trasladado de urgencia a la Caja Nacional de Previsión, donde moriría a las 11:10 AM, cuando afuera una multitud de seguidores revivía uno de los viejos lemas del M-19: ¡Con el pueblo, con las armas, al poder! ¡Con el pueblo, con las armas, al poder! ¡Con el pueblo, con las armas, al poder!…

El parte médico diría lo siguiente: “Lo recibimos en estado pre mortem, con tres balas en el cráneo, una de las cuales le hizo explotar el globo ocular izquierdo, otra en el malar, una en el hombro, dos en el cuello y cuatro en las manos. Las mortales fueron las que penetraron en el cráneo porque atravesaron de lado a lado la masa encefálica”. 

Exactamente siete horas después de morir, a las 6:10 PM, serían entregados los restos mortales de Pizarro, demorados por la larga necropsia debido a las graves lesiones y porque la familia había decidido donar el ojo ileso, el derecho. Los dirigentes del M-19 y los familiares querían que el pueblo velara a Pizarro en la Quinta de Bolívar, pero el gobierno solo les habilitaría El Capitolio Nacional: “Ese no es un lugar digno para Pizarro, dijeron”. 

El féretro de Pizarro sería llevado en hombros hasta la calle 26, “seguido por una multitud que fue creciendo con la noche”. A la altura de la Registraduría Nacional, sin embargo, la marcha fúnebre se detendría por más de media hora, ya que el alcalde de Bogotá no quería dejarla seguir por la 26. Y sería precisamente allí, en medio de la espera y de los pañuelos blancos que se agitaban desde las ventanas de las edificaciones, que la multitud improvisaría la frase que, cuatro días después, titularía la portada de una edición especial de Cromos: “Por ti, Colombia, cumplí y me mataron”. La repetirían una y otra vez: “la gritaban estudiantes con la mano en alto, la decían marchantes de la plaza de mercado. Con la vista fija en una vela encendida, la decía un hombre descalzo y con harapos que lloraba junto a un cartonero. La pronunciaban mujeres y hombres muy bien vestidos que seguían la marcha desde su carro”: ¡Por ti, Colombia, cumplí y me mataron! ¡Por ti, Colombia, cumplí y me mataron! ¡Por ti, Colombia, cumplí y me mataron!... 

Finalmente, hacia la medianoche, “el ataúd sería depositado en el Capitolio, a los pies de la estatua de Tomás Cipriano de Mosquera. Donde sería abierto, y una vez más, el dolor reemplazaría a la esperanza”. 

Posdata 1: ¿Quién fue el autor intelectual? Al igual que con el magnicidio de Bernardo Jaramillo, ocurrido un mes antes, aunque la autoría intelectual de la muerte de Pizarro, en llamada anónima a Caracol Radio, se la adjudicaría Fidel Castaño, el gobierno colombiano culparía a Pablo Escobar de los hechos, quien, como en el primer caso, en un comunicado autenticado con su huella digital, diría que nada tenía ver, y menos con una víctima que estaba en contra de la extradición y a favor del diálogo. Pablo Escobar le atribuiría el asesinato “a una conspiración desestabilizadora de los generales Maza Márquez, Gómez Padilla, Casadiego y Peláez”. Curiosamente, siguiendo una línea conspirativa que se aleja de la impunidad, en la actualidad la Fiscalía investiga “la existencia de un aparato organizado de poder que planeó y ejecutó el crimen”, en el que estarían involucrados tres altos funcionarios del DAS de aquel entonces: Manuel Antonio González Enríquez, Flavio Trujillo Valencia y el referido Miguel Alfredo Maza Márquez… Hace quince años, en 2010, el crimen sería declarado delito de lesa humanidad, y por él estuvo bajo medida de aseguramiento Jaime Ernesto Gómez Muñoz, el exagente del DAS que dio de baja a alias Jerry, acusado de haberlo matado para silenciarlo, razón por la cual fue condenado a veinte años y tres meses de prisión en 2023.

Posdata 2: Tanto el sicario que asesinó a Bernardo Jaramillo como el que lo hizo con Pizarro vestían ropas nuevas y zapatos de la misma marca a la hora de disparar. Además, posteriormente saldría a la luz que ambos habían trabajado en el mismo sitio, en una fábrica de tiza para billar: “Lo que permite pensar que los dos sicarios suicidas fueron reclutados por la misma persona y muy posiblemente siguiendo órdenes de un mismo jefe”.

Posdata 3: Desde la orilla ideológica opuesta, así despediría Álvaro Gómez Hurtado, último secuestrado del M-19 antes de la dejación de armas, a Pizarro: “Yo creí en su sinceridad. Transitó por un largo camino hasta llegar a su reconciliación legal con el orden jurídico. Fue un esfuerzo meritorio que en todo momento presentaba riesgos. Era un valiente. Supo darle sentido a su nueva vida y adoptó un estilo de proselitismo realmente cautivante”. 

Posdata 4: “Entre todos cambiaremos la historia de Colombia. ¡Palabra que sí!”, era el lema de campaña de #Pizarro, quien sería enterrado en el Cementerio Central el 28 de abril de 1990, exactamente cincuenta días después de haber entregado las armas.

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