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domingo, 30 de noviembre de 2025

PARAPETO. - CUÁNDO LA SAL SE DAÑA.

Julios Bahamon Vanegas


Esta sentencia bíblica “si la sal se daña, ¿con que se salara la tierra? Resume de manera dolorosamente precisa el estado en que se encuentran los partidos políticos que pretenden ser la solución a los graves problemas que amenazan la democracia.


Lo que vemos no es simplemente una falla interna, es una descomposición de la esencia misma de los partidos que dicen defenderla.


El mecanismo de otorgamiento de avales para las candidaturas al Congreso se ha relegado a un espectáculo lamentable, profundamente antidemocrático. Mientras la Constitución exalta la participación ciudadana como pilar del sistema político, en la realidad reina el bolígrafo y las consejas que se viven al interior de las colectividades políticas.


Ya no existen las viejas y valiosas asambleas regionales, esos espacios donde delegados de los municipios escuchaban a los aspirantes, analizaban propuestas, confrontaban liderazgos y, finalmente escogían de manera transparente por mayoría de los asistentes a los candidatos aplicando el método del cociente electoral. Eran un procedimiento legítimo, participativo y profundamente democrático.


Hoy, ¿cómo pretenden que la gente salga a votar a respaldar unas listas construidas a puerta cerrada, si a la comunidad nunca la llamaron, nunca la escucharon y jamás le consultaron su opinión? ¿Cómo exigir entusiasmo, compromiso o militancia si quienes siempre sostuvieron a los partidos han sido descartados del proceso como si no existieran? Los partidos quieren votos, pero desprecian a los electores, negándoles participación.

 

Peor aún: en algunos departamentos, y en otros niveles, las decisiones están infiltradas por personas cuyo único criterio es la simpatía o el odio personal hacia los aspirantes. Esos personajes, que bien conocen las directivas, no son líderes legítimos ni representan a nadie. Son operadores de intereses personales, venganzas internas o alianzas circunstanciales. Sus prácticas son burdas como indignantes: simulan reuniones que nunca ocurren, alteran actas, se cambian fechas sin notificar, se bloquea deliberadamente a quienes representan renovación o nuevos y valiosos compromisos. Se cierran puertas, se silencian voces y se manipulan procesos para halagar al jefe, y luego tienen el descaro de exigir unidad.


Así, ¿cómo no sentir vergüenza? Vergüenza, por lo que ha llegado a ser un partido que, en su historia, defendió causas nobles, convoco multitudes y represento esperanzas colectivas.  Porque un partido que diluye su integridad, deja de inspirar y deja de representar a nadie.


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