El fenómeno OVNI en la peña de Juaica en Tabio, Cundinamarca. Rossny Ludelman.
Los primeros reportes, de campesinos y vigías nocturnos, hablan de "luces muy brillantes" que realizaban maniobras imposibles sobre la cima de la montaña.
A
solo 45 minutos de Bogotá se sitúa este enigmático sitio que pocos se atreven a
visitar, pues con frecuencia ocurren hechos inexplicables.
Está
a 3.100 metros sobre el nivel del mar, entre los municipios de Tabio y Tenjo,
es un lugar considerado por sus visitantes como “misterioso”; pues es la cuna fenómenos extraños.
Luego
de que, en la década de 1990 se reportaran varios avistamientos de OVNIS
(Objetos Voladores No Identificados) en esta zona, el cerro empezó a ser un
atractivo turístico para los amantes del misterio; pero, con el paso del
tiempo, se comenzaron a contar relatos paranormales, desde concentración de
energías de todo tipo, susurros, sombras y avistamientos fantasmales, hasta ver
naves que aterrizan en la cima.
La
sabana de Cundinamarca, ese lienzo esmeralda salpicado de frailejones y nevados
que se confunden con el cielo, guarda secretos que el tiempo y el viento solo
han susurrado. En el corazón de esta tierra, donde el pasado muisca aún respira
entre la niebla, se alza un par de cumbres gemelas envueltas en un aura de
misterio: la peña de Juaica y su vecina, la elevación en el municipio Tabio. No son solo formaciones geológicas; son
portales, faros en la noche andina que, desde hace décadas, atraen miradas
hacia el firmamento, convirtiéndose en el epicentro de un fenómeno que desafía
toda lógica terrestre: la visita de los no identificados.
La peña Juaica,
con su silueta imponente y sus laderas cubiertas de bosque nativo, no es una
montaña cualquiera. Para los habitantes de Tabio y los pueblos circundantes, es
un lugar sagrado, un portal cósmico. La peña parece diseñada para la vigilancia contra la conquista española, contemplación y contacto con otros mundos, el sacrificio, entrega de pagamentos para nuestros ancestros. Con miradores naturales
que ofrecen una vista inabarcable de la sabana, un escenario perfecto para la
aparición de lo insólito.
Es un paraje silencio denso, roto solo por el trino de los pájaros y el murmullo del viento frío. La neblina, cuál velo de novia, sube y baja caprichosamente, añadiendo una capa extra de enigma a sus perfiles. Quienes suben deben pedir permiso a los espíritus guardianes de la montaña, a menudo buscando una paz sobrenatural, terminan con la vista clavada en el azul profundo, esperando ver la manifestación de lo extraterrestre.
Luces y Encuentros
La
historia OVNI en torno a Juaica y Tabio no es un relato moderno de internet; es
una historia tejida por la memoria colectiva desde mediados del siglo XX. Los
testimonios se multiplican, creando un tapiz de encuentros que comparten un
patrón inquietante:
Los
Faros Silenciosos: Los primeros reportes, de campesinos y vigías
nocturnos, hablan de "luces de diversos colores muy brillantes" que realizaban
maniobras imposibles sobre la cima. Eran esferas de luz que se detenían en
seco, desafiando la inercia, o que se movían a velocidades supersónicas sin
producir sonido alguno. Se las describía como de color naranja, azul eléctrico
o un blanco cegador.
Aterrizajes
Nocturnos: Circulan leyendas, susurradas al calor de las chimeneas, sobre
supuestos aterrizajes o descensos en las zonas más apartadas. Testigos hablan
de haber visto objetos con formas discoidales o triangulares que emitían un
zumbido bajo y creaban un campo de luz que detenía el canto de los grillos.
Estas historias están invariablemente ligadas a la sensación de un tiempo
perdido o a fallas eléctricas momentáneas en la zona.
El
Vínculo Místico: Lo que distingue a Juaica de otros puntos calientes de
avistamientos es su conexión espiritual. Muchos aseguran que los objetos no
tripulados son atraídos por la energía telúrica de la montaña, un antiguo punto
de poder muisca. Es como si la geografía misma actuara como un imán cósmico,
señalando a estos seres de otros mundos la ruta hacia un lugar energéticamente
especial.
La experiencia de la Peña es, en sí misma,
transformadora. Mirar hacia el cielo desde la cima al caer la noche es
someterse a la inmensidad, a la certeza de que el universo es vasto y, quizá,
no estamos solos.
La neblina sube y el frío se intensifica. Mientras el viajero desciende, lleva consigo el eco de las historias y la imagen de esas cumbres, guardianas de un enigma que brilla más que las estrellas. Juaica no es solo una montaña en Cundinamarca; es un recordatorio tangible de que, en cualquier momento, el velo entre nuestro mundo y aquello que no podemos nombrar puede rasgarse, revelando una luz, o luces inexplicables sobre el horizonte de la sabana, y que ellos están aquí.




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