Hoy cualquier majadero tiene
su propio partido: Lo dijo recientemente el Dr. German Vargas Lleras, jefe de
Cambio Radical.
Por Julio Bahamon Vanegas
El Dr. Miguel Laverde Espejo,
antiguo compañero de luchas en el Nuevo Liberalismo y colega en la Cámara de
Representantes en la década de los 80, posteriormente mi apreciado consuegro,
me ha escrito un mensaje por WhatsApp en el que declara que, la descomposición
que hace estragos hoy en la democracia es resultado de la proliferación de
partidos políticos, permitidos a raíz de la nueva constitución de 1991.
Consulte con Google, que todo lo sabe, y encontré que hay 34 organizaciones
políticas con personería jurídica y 69 precandidatos presidenciales que han
manifestado su interés en participar en las elecciones presidenciales del 2026.
Es decir, hay más candidatos que partidos. A mí no me hace gracia esa cifra, me
produce tristeza que los políticos jueguen así con el país. Es una vergüenza
nacional que reafirma la decadencia y el peligro en que se encuentra nuestra
democracia.
Hoy cualquier majadero tiene
su propio partido: Lo dijo recientemente el Dr. German Vargas Lleras, jefe de
Cambio Radical. Vale la pena recordar, que durante más de 60 años, después del
Frente Nacional, los partidos Liberal y Conservador fueron mucho más que unas
maquinarias electorales: fueron escuelas de formación política, semilleros de
estadistas: Enrique Olaya Herrera, Alfonso López Pumarejo, Laureano Eleuterio
Gómez Castro, Mariano Ospina Pérez, Alberto Lleras Camargo, Carlos Lleras
Restrepo, Misael Pastrana Borrero, Alfonso López Michelsen, Julio Cesar Turbay
Ayala, Virgilio Barco Vargas, Álvaro Uribe Vélez y pare de contar.
Con sus aciertos y errores,
las dos colectividades produjeron verdaderos presidentes, congresistas,
gobernadores y alcaldes que, tenían una trayectoria, una doctrina y un sentido
de responsabilidad pública. De ambos partidos salieron figuras que entendían el
Estado, respetaban a pesar de las diferencias la Constitución y las
instituciones, tenían visión de país y asumían la política como un servicio, no
como un negocio. Eran partidos donde un dirigente debía ganarse el espacio,
hacer carrera y demostrar carácter.
Todo eso comenzó a dividirse
cuando el país le abrió las puertas, sin filtros, sin controles, a la creación
masiva de nuevos partidos. Lo que se quiso presentar como “diversidad
democrática”, terminó en un conjunto de islotes de siglas vacías, donde cada
nuevo movimiento es propiedad de un candidato, cada lista es un negocio y cada
elección es una feria de avales. Lo público se llenó de improvisados,
aventureros y oportunistas disfrazados de líderes renovadores.
La gente del común se pregunta, si para ser presidente de Colombia, es suficiente haber sido contralor general sin resultados, o un gobernador desconocido, o ministro de un gobierno mediocre, o general de las fuerzas armadas sin experiencia en lo público, o simplemente porque un partido muy importante así los decidió: aceptar la presión de unos congresistas para ampliar el abanico de las vanidades. No se valora el servicio al país, ni la experiencia, ni los buenos resultados que se han visto en la transformación de las grandes ciudades, ni los resultados de una excelente gerencia.
La advertencia es clara: si no detenemos esta descomposición, si no recuperamos la esencia de los partidos como instituciones serias, disciplinadas y con visión, seguiremos sufriendo las consecuencias de tener una democracia moribunda, en cuidados intensivos



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